José Antonio Primo de Rivera acostumbraba a insistir en las tertulias, que estaba más cerca de los socialistas que de los conservadores. Denunciaba que la República no socializara bancos, ferrocarriles o emprendiera la reforma agraria con más determinación. En lo que no estaba de acuerdo con los marxistas, era en su doctrina de la lucha de clases, que le resultaba "corrosiva y disolvente". La solución que él presenta es una “armonía de clases y profesiones en un destino común”. Para entender el falangismo, es necesario partir desde una soberanía espiritual de referencia y un modelo económico que no se discute. José Antonio se tiene por un "activista" (de orden y creyente). El fascismo es la réplica de las "clases de orden" a situaciones convulsas. Una parte de la clase media, sociológicamente conservadora, cansada de una permanente situación de conflicto social, termina por refugiarse en la solución extrema que le otorgue seguridad. En España, mientras existe la posibilidad de que Gil Robles ocupe el poder, los conservadores dan la espalda a los falangistas. Es la negativa a aceptar el triunfo del Frente Popular lo que les da toda su razón de ser.
“Si partimos de una concepción de unidad de destino, todos los errores se eliminan por sí solos y vemos entonces que la patria no es un territorio ni una raza, sino una unidad de destino orientada hacia un norte universal”. José Antonio
El “destino” del que habla José Antonio es la creación de un imperio no sólo desde la geopolítica, sino desde los valores católicos. Sólo las naciones llamadas por misión divina, son las escogidas para extender su cultura, educando, elevando y perfeccionando al hombre. Se trata de extender y civilizar en Dios. El “todos los errores se eliminan por sí solos” de José Antonio, coincide con el proceso de selección natural que tanto esgrime el exitoso nuevo régimen alemán de Hitler. El fuerte se impone naturalmente al débil, y ello no puede ser de otro modo. José Antonio ensalza dicho credo reclamándolo desde el libre arbitrio divino; un orden natural, también en lo económico (no discutible en su filosofía; de clases; anticomunista) otorgado por el creador, único soberano llamado a legislar a la sociedad por sí sola, sin intervención del hombre; es decir, sin la inquietud marxista por "desear transformar la sociedad". Desde este punto de vista, la acción social corporativa de José Antonio puede reclamarse desde un primer enfoque como "populista o de izquierdas", pero nada más lejos de la realidad; no hay exégesis marxista o filosófica alguna.
Toda referencia programática, por muy osada (o revolucionaria) que aparente ser, se ve ceñida a la hora de la verdad, por unos principios rectores superiores. "Banca, ferrocarriles o reformas" pueden interpretarse susceptibles de planificación, pero siempre dentro de un orden natural otorgado e indiscutible, llamado a gobernar. Más que "fingir una izquierda", se trata del brazo del Estado corporativo llamado a aplicar su necesaria versión social, desde un escenario de seguridad y certidumbre. De igual modo, no se discute la condición (primordial) confesional del Estado. A partir de ahí, la lucha por la consecución de dicho "norte universal", puede alcanzar cualquier cota de salvajismo. Los falangistas creían en la violencia, pero ésta no era gratuita, sino necesaria para salvar al hombre de la lucha de clases y más aún, de las agresiones a un orden natural (otorgado por Dios). Se trata en definitiva de una aparente "ilusión" de un irreal concepto de izquierda, en aras al unico interés elevado existente; la unidad de destino: orden; principios constituyentes no sujetos a revisión; Estado corporativo; ausencia de todo relativismo; proclamación y revestimiento sociológico de una grandeza artificial (que sustituye a la pasión por construir y edificar en común una dignidad real) y fe. La sociedad no necesita avanzar, pues descansa en el dogma, por la fe y por la Patria.
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