"En el cristianismo, la moral y la religión no mantienen contacto alguno con la realidad. Todo son causas imaginarias: Dios, alma, yo, espíritu, voluntad, pecado, gracia, castigo, perdón... Desde que se inventa el concepto de “naturaleza” en oposición al concepto “Dios”, lo natural, se hace sinónimo de reprobable. Todo ese mundo de ficciones se basa en el odio a lo natural, a la realidad, constituye la expresión de una profunda aversión a lo real. ¿Quién desea evadirse del mundo mediante una mentira? Aquel a quien la realidad le produce un sufrimiento. Tal supremacía constituye la medida exacta de la decadencia. ¿Cómo se puede ser cristiano mientras la fecundación humana esté cristianizada, esto es, manchada por la idea de que María no concibió por obra de varón? "Fe" equivale a no querer saber la verdad. El pietista es falso porque está enfermo. El cristiano necesita la enfermedad, al igual que los griegos necesitan la salud pletórica. ¿Acaso no es la propia Iglesia el ideal último de un manicomio a escala mundial, para convertir la Tierra entera en una casa de locos? El hombre de fe, el creyente, de cualquier tipo, es, forzosamente, un hombre dependiente, alguien que no puede considerarse como un fin en sí mismo. El creyente no se pertenece, no puede ser más que un medio, ha de ser consumido; necesita que alguien le consuma. Su instinto le hace situar en un lugar de honor una moral basada en salirse fuera de sí mismo."
El sacerdote
El sacerdote
"El instrumento del poder del sacerdote es el pecado. El pecado es la forma por antonomasia que tiene el hombre de deshonrarse a sí mismo, inventado para hacer imposible la ciencia, la cultura, todo lo que puede haber en el hombre de elevado. El axioma fundamental es: Dios perdona a quien hace penitencia, o por decirlo con claridad, a quien se somete al sacerdote. El sacerdote necesita que se peque; precisa y desea también el sufrimiento de los demás. Se erige en legítimo interprete de la voluntad de Dios. Llama reino de Dios a una situación en la que es él, quien determina el valor de las cosas. Con un frío cinismo, valora a los pueblos y a los individuos tomando como medida el grado en que favorecen o perjudican la supremacía de los sacerdotes.
La idea de culpa y castigo, todo el orden moral del mundo, se inventa contra la liberación del hombre respecto al sacerdote. Para éste, no hay más que un peligro: la ciencia, la sana idea de causa y efecto. El sacerdote busca hacer al hombre desgraciado. Cuando el hombre no sitúa en la vida su centro de gravedad, sino en el más allá, en la nada, se le despoja de todo cuanto es. La gran mentira de la inmortalidad personal le quita al instinto todo lo que tiene de razón, de naturaleza. Desde ese momento, todo lo que hay en los instintos de beneficioso, de favorecedor de la vida, despierta desconfianza. El sentido de la vida se convierte entonces en vivir de manera que ya no tenga sentido vivir".
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